La desigualdad entre mujeres y hombres, tanto en lo económico, político, social como cultural existe en todos los países. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publicado en 2002, no existe en la actualidad ninguna sociedad donde las mujeres dispongan de las mismas oportunidades que los hombres, sin embargo, es más notoria en países en vías de desarrollo.
¿Pero existe alguna relación entre el crecimiento económico y la discriminación de género? La respuesta es sí. En la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, realizada en Beijing 2004, se planteó como principal acción reducir la desigualdad de género, pues obstaculiza el acceso a las actividades productivas, recursos, estructuras y políticas económicas.
A nivel global, las cifras son contundentes: las mujeres aportan a la economía mundial cerca de 10 billones de dólares en trabajos de cuidado no remunerados de acuerdo a un estudio del McKinsey Global Institute publicado en 2015. La acumulación del capital, característica básica del sistema económico en que vivimos, se alimenta enorme y gratuitamente de este trabajo no remunerado que realizan las mujeres en el hogar.
Dicho estudio argumenta que las brechas de género en el trabajo pueden afectar al desempeño económico de varias maneras. Un canal obvio enfatiza la subutilización del talento asociada a la menor participación de las mujeres en el mercado laboral. El aumento de su participación, por ejemplo, explotando las economías de escala de la ampliación de la oferta de guarderías, implicaría un aumento del producto interno bruto (PIB) potencial de un país y de su ingreso per cápita.
Un segundo canal por el que las brechas de género afectan a la eficiencia es la baja inversión en capital humano de las mujeres. De acuerdo a Blackden Financial sostienen que la desigualdad de género en la educación —además de la que existe en el mercado de trabajo— reduce la reserva real y potencial de capital humano.
Un tercero lo explican los expertos al sostener que las mujeres suelen ser más propensas que los hombres a invertir en el bienestar de sus hijos, su relativo menor poder de negociación puede dar lugar a una inversión insuficiente en la educación y la salud de los niños. Por último, dado que el aumento de los niveles de educación de la mujer encarece el tiempo de las mujeres, las familias tienden a reducir el número de hijos que tienen y a gastar más en ellos. Eso conduce, en promedio, a un mayor ingreso per cápita.
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